Un novio muy leído
Sabe que estamos juntos desde el día que tu amiga Lola me trajo a tu casa. Ya va para dos años. Y tú
madre percibe que, de un modo u otro, no te has querido separar de mí. Entonces ¿por qué no asume que nos queremos?
Nunca se acerca cuando estamos juntos y si no tiene más remedio que aproximarse
a nosotros, me mira a hurtadillas, como intentando entender por qué te has
enamorado de mí.
Sé que cuando viene tu hermana con su novio te molesta que no tenga la deferencia de invitarme a mí también. Son
las fechas que son y supongo que te apetecería tenerme a tu lado en la mesa.
Será porque no sobra sitio… Además cuchichean de nosotros a escondidas. Si no
¿por qué me silencia también tu hermana?
Plantéale a tu madre que puedo ser un yerno como otro cualquiera, mejor
si cabe, más leído que el novio de tu hermana que me temo no ha agarrado un
libro en su vida, y debe estar todo el
día en el gimnasio. Solo le tienes que
mirar los bíceps y los pectorales que le asoman a través de las camisas tan
ceñidas que viste.
Yo estoy más pendiente de ti. Estoy siempre a tu disposición, a tu
alcance cuando me solicitas. Y te doy lo que demandas a cada momento. Tu cuñado
no piensa más que en su trabajo y en él mismo, apenas dispone de tiempo para tu
hermana. Y qué me dices cuando queda con
los amigotes que le dejan tan baldado
que se tira tres días de resaca…No se le
puede ni hablar y todo el mundo se lo consiente…
No sé por qué se empeña en ignorarme de esta manera, acuérdate que ayer por la
tarde cuando a la sombra del limonero me estabas leyendo en el patio, tu vecina
se acercó a la tapia y, según venía tu madre, bromeó: “Ya he visto
que Elena lleva un buen rato leyendo a su novio”. Y ella, en vez de venir a saludar, se
entretuvo hablando un rato con Amelia, se dio la vuelta y se metió otra vez en
casa.
Todos estos argumentos le parecieron tan congruentes que no necesitó más
para armarse de valor. A la primera
notificación de que la cena ya estaba casi lista, giró hacia atrás las ruedas
con el tacto de las palmas de sus manos y se dirigió al comedor. Allí, al fondo,
al lado del ventanal, se erguía la mesa con cinco sillas. El extremo de
enfrente de la puerta estaba vacío para que Elena encajara su silla sin
dificultad.
La mesa estaba puesta, solo había dos vasos, dos servilletas, dos juegos
de cubiertos, dos platos, uno para Elena y otro, a su izquierda, para su madre.
“Mama, dijo la muchacha en
voz alta e impostada, pon un servicio
más en la mesa, por favor, que hoy, al
fin, cena mi novio con nosotras”.
Y ante la mirada perpleja y atónita de la madre, inclinó el tronco y
alargó los brazos para dejar un libro
suave y delicadamente en el asiento vacío de la silla a su derecha: “El
amante Bilingüe” leyó la madre, un libro cuya portada mostraba una foto de dos seductores pies de mujer en aras de
calzarse o descalzarse, tanto daba, unos coquetos zapatos de tacón de aguja. Ese libro que su hija siempre traía posado
en las rodillas desde su habitación hasta aparcar la silla de ruedas en la
cabecera de la mesa del comedor.
(Para el concurso Historia de Libros en Zenda)
No hay comentarios:
Publicar un comentario