lunes, 24 de abril de 2017

Un novio muy leído
Sabe que estamos juntos desde el día  que tu amiga Lola  me trajo a tu casa. Ya va para dos años. Y tú madre percibe que, de un modo u otro, no  te has querido  separar de mí.  Entonces ¿por qué no asume que nos queremos?
Nunca se acerca cuando estamos juntos y si no tiene más remedio que aproximarse a nosotros, me mira a hurtadillas, como intentando entender por qué te has enamorado de mí.
Sé que cuando viene tu hermana con su novio te molesta que no tenga  la deferencia de invitarme a mí también. Son las fechas que son y supongo que te apetecería tenerme a tu lado en la mesa. Será porque no sobra sitio… Además cuchichean de nosotros a escondidas. Si no ¿por qué  me silencia también tu hermana?
Plantéale a tu madre que puedo ser un yerno como otro cualquiera, mejor si cabe, más leído que el novio de tu hermana que me temo no ha agarrado un libro en su vida, y  debe estar todo el día en el gimnasio.  Solo le tienes que mirar los bíceps y los pectorales que le asoman a través de las camisas tan ceñidas que viste.
Yo estoy más pendiente de ti. Estoy siempre a tu disposición, a tu alcance cuando me solicitas. Y te doy lo que demandas a cada momento. Tu cuñado no piensa más que en su trabajo y en él mismo, apenas dispone de tiempo para tu hermana. Y  qué me dices cuando queda con los amigotes que le dejan  tan baldado que se tira  tres días de resaca…No se le puede ni hablar y todo el mundo se lo consiente…
No sé por qué se empeña en ignorarme de esta manera, acuérdate que ayer por la tarde cuando a la sombra del limonero me estabas leyendo en el patio, tu vecina se acercó a la tapia y, según venía tu madre, bromeó: “Ya he  visto  que Elena lleva un buen rato leyendo a su novio”.  Y ella, en vez de venir a saludar, se entretuvo hablando un rato con Amelia, se dio la vuelta y se metió otra vez en casa.

Todos estos argumentos le parecieron tan congruentes que no necesitó más para armarse de valor.  A la primera notificación de que la cena ya estaba casi lista, giró hacia atrás las ruedas con el tacto de las palmas de sus manos y se dirigió al comedor. Allí, al fondo, al lado del ventanal, se erguía la mesa con cinco sillas. El extremo de enfrente de la puerta estaba vacío para que Elena encajara su silla sin dificultad.
 La mesa estaba puesta,  solo había dos vasos, dos servilletas, dos juegos de cubiertos, dos platos, uno para Elena y otro, a su izquierda, para su madre.
“Mama, dijo la muchacha en  voz  alta e impostada, pon un servicio más en la mesa, por favor,  que hoy, al fin, cena mi novio con nosotras”.
Y ante la mirada perpleja y atónita de la madre, inclinó el tronco y alargó los brazos para dejar un libro  suave y delicadamente en el asiento vacío de la silla a su derecha: “El amante Bilingüe” leyó la madre, un libro cuya portada mostraba una foto de  dos seductores pies de mujer en aras de calzarse o descalzarse, tanto daba, unos coquetos zapatos de tacón de aguja.   Ese libro que su hija siempre traía posado en las rodillas desde su habitación hasta aparcar la silla de ruedas en la cabecera de la mesa del comedor.


(Para el concurso Historia de Libros en Zenda)


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